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La vida está hecha de ciclos, y en esos momentos en los que parece que la oscuridad lo cubre todo, es que se abre una puerta única hacia un potencial inimaginable. Es en esos instantes, cuando el ruido externo se apaga, donde puedes reconectar con lo más profundo de ti: tu verdadera esencia.
La oscuridad nos invita a recordar quiénes somos más allá de lo tangible. Nos conecta con nuestra esencia espiritual y divina, con ese propósito único que trajimos al encarnar en este plano. En esos momentos de introspección, surge la oportunidad de cuestionarnos: ¿Qué me trajo aquí? y ¿Qué fuerza habita dentro de mí? Estas preguntas no solo iluminan nuestro propósito, sino que nos recuerdan nuestra misión cósmica, ese llamado único que cada uno de nosotros tiene.
Pero la magia no está solo en lo espiritual; está también en abrazar nuestra humanidad completa. La oscuridad es el terreno fértil donde todas las emociones tienen cabida. Es un recordatorio de que podemos transitar los momentos difíciles sin huir de ellos, dejando espacio para que la tristeza, el miedo y la vulnerabilidad sean parte del proceso. No hay necesidad de rechazar nada, porque todo cabe, todo tiene su lugar.
Este equilibrio entre lo divino y lo humano, entre el propósito y la emoción, nos permite descubrir una versión más auténtica de nosotros mismos. La oscuridad, lejos de ser un final, es el umbral hacia nuevas posibilidades, hacia un renacer lleno de propósito, amor propio y autenticidad.
Así que, la próxima vez que la vida se sienta abrumadora, recuerda que esa oscuridad contiene la semilla de tu transformación más profunda. Abrázala, transítala, y usa esa fuerza para redescubrir la luz que siempre ha estado en ti.