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Aceptar la realidad. Sí, sin duda, uno de los gestos de amor propio más profundos que podemos practicar es ese. Qué tan seguido nos aferramos a nuestras expectativas y deseos imposibles, luchando contra lo que es y resistiéndonos a lo que ya está aquí. Sin embargo, esa resistencia solo nos trae frustración, dolor y sufrimiento. Por eso, aceptar no es rendirse, sino liberarnos y vivir con más ligereza y paz.
Cuando aceptas la realidad, te permites avanzar. Dejas de gastar energía aferrándote a lo que no fue y comienzas a trabajar con lo que tienes. Este cambio de perspectiva no solo te libera, sino que también te ayuda a tomar decisiones más conscientes para transformar tu vida y crecer. Además, aceptar te libera de la culpa. En lugar de castigarte por lo que pudo haber sido diferente, entiendes que no siempre puedes controlar lo que sucede, lo que fomenta una relación más compasiva contigo misma y con los demás.
Otro regalo de aceptar es aprender a disfrutar del presente. Dejas de vivir atrapada en el pasado o preocupada por el futuro y te permites saborear el momento, realmente vivirlo. Este cambio no solo te conecta con el ahora, sino que también reduce la ansiedad y el estrés. Al abrazar lo que es, encuentras una paz interior única, te das permiso para ser tú misma y disfrutas de tu vida tal como es, fluyendo con lo que ya es.
Aceptar la realidad no significa conformarte, sino simplemente ser, entregarse, elegir el amor propio por encima de la resistencia. Es darte la oportunidad de fluir, crecer y vivir con más autenticidad y alegría.