El lujo de lo íntimo: mi encuentro con Dries Van Noten en Venecia

Venecia me tenía guardada una sorpresa que nunca voy a olvidar. Viajé para la boda de Francesca Thyssen-Bornemisza y Markus Reymann, y en el avión una gran amiga mía, también invitada a la boda, gran coleccionista y mecenas de arte, me preguntó mis planes: “¿Qué haces mañana? Ven a comer a casa de Dries Van Noten. Cuatro días antes había estado en París oliendo sus perfumes y admirando todo lo que representa su universo. Dries es, sin duda, una de mis marcas favoritas del mundo.

Esa tarde llegué al Palazzo Pisani Moretta, la joya veneciana que Dries y Patrick Vangheluwe acaban de adquirir y que planean convertir en una fundación dedicada a los artesanos y a las artes del mundo. Desde que crucé la puerta entendí que iba a ser una experiencia distinta. No era una casa que buscara impresionar, era un espacio que quería conmover. La luz, los aromas, los tejidos, las flores… todo hablaba el mismo idioma: el del equilibrio entre lo humano y lo sublime.

Dries Van Noten pertenece a esa generación que cambió la historia de la moda: los Antwerp Six, un grupo de diseñadores belgas, entre ellos Martin Margiela, Ann Demeulemeester y Walter Van Beirendonck, que en los años ochenta revolucionaron el sistema con su visión artística, experimental y profundamente humana del vestir. Dries fue siempre el más poético, el que encontró la belleza en los contrastes: lo artesanal y lo moderno, lo colorido y lo sobrio, lo etéreo y lo terrenal.

Durante décadas, fue uno de los diseñadores más admirados de París. Su marca nunca dependió de campañas estridentes ni de estrategias virales: su poder estaba en la coherencia, en la integridad de su estética y en su respeto por el oficio. Dries demostró que la moda podía ser silenciosa y aún así decirlo todo.

Escucharlo fue una de las experiencias más inspiradoras de mi vida. Hablamos de arte, del paso del tiempo, de la belleza que no se ostenta, de lo que realmente permanece. Me contó que sigue viendo a sus amigos de Amberes, Margiela y los demás Antwerp Six y me impresionó su manera de hablar, pausada, con esa elegancia natural que solo tienen quienes no necesitan demostrar nada.

En un mundo que grita, él representa el lujo que susurra. Esa forma de sofisticación que nace del silencio, de la observación, de la sensibilidad. Y reafirmé que el verdadero lujo no tiene que ver con la opulencia, sino con la presencia. Con apreciar lo que realmente toca el alma.

Durante la comida hable de mi colaboración con la fundación Casa de México en España, liderado por la INCREÍBLE Ximena Caraza, respecto a los maestros artesanos mexicanos y me escucho con un interés genuino, de mi propósito de llevar su arte al mundo. Le encantó la idea de incluir a creadores mexicanos dentro de la futura fundación en Venecia. Fue una conversación profundamente humana, de esas que te hacen sentir que los caminos se cruzan por algo.

Salí del Palazzo conmovida. Pensando en la importancia de lo íntimo, de lo sencillo, de lo auténtico. En lo necesario que es volver a poner valor en lo que se hace con tiempo, con manos, con alma.

Hay días que te recuerdan por qué la belleza, cuando es real, te cambia. Y ese día, en Venecia, re confirmé que el lujo más grande es justamente ese: el de lo íntimo, lo silencioso y lo verdadero.

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