Foto de Dakota Lim en Unsplash
Hay días en los que no sabemos por dónde empezar, en los que el espejo no refleja lo que quisiéramos ver, en los que pareciera que el mundo va más rápido que nosotras. Y justo ahí, en esos días comunes y corrientes, la moda puede convertirse en un acto profundamente transformador. No para cumplir expectativas ajenas, no para encajar, sino para recordarte quién eres, qué te gusta y cómo decides habitar tu vida.
1. Vestirte es escucharte
No se trata de tendencias, se trata de ti. De cómo te sientes, de lo que necesitas hoy. Vestirte puede ser un ritual de conexión: un momento para preguntarte cómo estás antes de salir al mundo. ¿Necesitas contención? ¿Fuerza? ¿Alegría? La ropa que elijas puede responderte. No es superficial; es simbólica. Porque cuando te vistes desde la escucha, cada prenda se vuelve una afirmación: estoy aquí, conmigo.
2. El clóset como altar
Tu clóset no es solo un espacio para guardar ropa; es un espejo de tus etapas, tus cambios, tus versiones. Cada prenda guarda una historia, una emoción, una parte de ti. Convertir ese espacio en un altar es darle sentido al acto cotidiano de vestirte. Elegir conscientemente es honrar tu presente, agradecer tu pasado y proyectar lo que quieres ser. Porque la moda, cuando nace del alma, es una forma de espiritualidad cotidiana.

3. Amar lo que ves (aunque no sea perfecto)
Amor propio no es verte perfecta, es verte con ternura y amor. Es ponerte ese vestido que te recuerda lo divertida que eres, o esos jeans que abrazan tu cuerpo tal cual es hoy. La moda no tiene que presionarte, puede acompañarte. Cuando eliges tus prendas con cariño, estás diciendo: me acepto, me abrazo y me celebro. Y en ese gesto tan simple, tan diario, está la verdadera elegancia. Recuerda que cada día que eliges vestirte con conciencia es un día que eliges amarte un poco más. Y eso, créeme, transforma todo.