Porque cuando te das permiso de sentir, todo cambia.

Foto de Laura Chouette en Unsplash

Durante mucho tiempo creí que sentir demasiado era una debilidad. Que ser intensa, emocional o transparente me restaba fuerza. Aprendí a ponerme armaduras invisibles, a decir “todo bien” incluso cuando no lo estaba, a seguir funcionando aunque por dentro algo me doliera.

Pero con el tiempo —y muchas caídas de por medio— entendí algo: cuando te das permiso de sentir, todo cambia.

Sentir no te hace débil. Te hace humana. Te hace presente. Te hace viva.
Cuando te atreves a mirar de frente lo que sientes, sin querer controlarlo, sin querer esconderlo, algo dentro de ti empieza a sanar. No es cómodo, claro. A veces se siente como un terremoto emocional. Pero ese movimiento es justo lo que te saca del estancamiento y te devuelve a ti.

He descubierto que el dolor, la tristeza o la nostalgia también tienen belleza. Son mensajeros. Te muestran lo que necesitas soltar, lo que aún te importa, lo que no estás dispuesta a seguir tolerando. Sentir es una brújula, y cuando aprendes a escucharla, dejas de vivir en automático.

Hoy ya no quiero ser fuerte a costa de mí. Prefiero ser honesta, auténtica, sentirlo todo y transformarlo en algo que me haga crecer. Porque detrás de cada emoción —incluso las que más duelen— hay una oportunidad de volver a ti con más claridad, más compasión y más verdad.

Así que si estás pasando por algo, no te escapes de lo que sientes. Quédate ahí un momento. Respíralo. No lo juzgues. No necesitas entenderlo, solo permitirlo. Y te prometo algo: cuando lo hagas, todo va a empezar a moverse.

Porque sentir es lo que nos conecta con la vida. Y cuando te das permiso de hacerlo… todo, absolutamente todo, cambia.

Share this post