Foto de SHAYAN Rostami en Unsplash
Hay momentos en la vida en los que todo parece detenerse. No porque el mundo se haya frenado, sino porque dentro de ti algo ya no encaja. Lo que antes te hacía sentido empieza a sonar lejano, y lo que solías perseguir ya no te llena igual. No es crisis; es llamado. Y esa voz que empieza a hablarte bajito, la que te pide calma, silencio, claridad, no es miedo: es tu intuición intentando guiarte hacia una nueva versión de ti.
Reescribir tu historia no significa olvidar quién fuiste, sino atreverte a ser quien estás llamada a ser ahora. Significa mirar atrás, reconocer lo que ya no vibra contigo y tener el coraje de dejarlo ir. Es un acto profundamente espiritual, pero también práctico: es elegir desde el alma, no desde la costumbre.
Durante años aprendimos a decidir desde el miedo: miedo a decepcionar, a perder, a no pertenecer, a fracasar. El miedo se disfraza de prudencia, de razón, de responsabilidad. Te dice “espera”, “aún no”, “no arriesgues tanto”. Pero la intuición —esa voz serena que no grita, solo insiste— te dice algo muy distinto: “ya estás lista”.
La intuición no promete caminos fáciles, pero sí caminos verdaderos. Te pide confianza, no certezas. Te invita a soltar el control y entregarte a lo que sabes, aunque no lo puedas explicar. Y cuando empiezas a escucharla, todo cambia. Porque ya no eliges por obligación, eliges por alineación.

Reescribir tu historia desde la intuición es entender que no necesitas tener todas las respuestas para dar el siguiente paso. Que la vida se acomoda cuando te atreves a caminar hacia donde te sientes viva, aunque el mapa aún no exista.
Es una práctica diaria de honestidad: detenerte, respirar y preguntarte ¿esto me expande o me contrae? ¿me acerca a mí o me aleja? La intuición siempre responde, solo que lo hace en silencio. Y cuando aprendes a confiar en esa respuesta, las piezas empiezan a caer en su lugar casi sin esfuerzo.
Vivir desde la intuición no es vivir sin miedo; es no dejar que el miedo elija por ti. Es dejar de buscar aprobación externa para empezar a reconocer tu propia verdad. Es moverte con fe, aunque no haya garantías. Es tomar decisiones desde el amor propio y no desde la carencia.
Cuando te atreves a hacerlo, algo hermoso ocurre: la vida deja de sentirse forzada y empieza a fluir. Las oportunidades llegan sin perseguirlas, las relaciones se vuelven más sinceras y el trabajo se alinea con tu propósito.
Reescribir tu historia no es cambiar de escenario, es cambiar de voz. Es pasar de la narrativa del miedo —esa que te dice “no puedes”, “no es suficiente”, “no te atrevas”— a la narrativa de la intuición, que susurra con calma: “confía, esto también es parte del camino”.
La intuición no te grita, pero nunca se equivoca. Solo hay que aprender a escucharla.