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Toda la vida nos han enseñado a temerle al error. A pensar que equivocarse es fracasar, que fallar es sinónimo de no ser suficiente. Crecimos creyendo que la única forma de “hacerlo bien” era hacer las cosas perfectas, a la primera, sin duda ni tropiezo. Qué peso tan enorme cargar con esa expectativa.
Pero un día, cuando te sientas frente a tu propia vida, te das cuenta de que ese miedo te roba más de lo que te protege. Que por evitar equivocarte dejaste pasar oportunidades, amores, caminos, sueños que algún día te ilusionaron. Empiezas a preguntarte… ¿cuántas veces me detuve por miedo a fallar?
¿Y si el verdadero fracaso no es equivocarse, sino nunca intentarlo?
Hay una verdad inevitable: vamos a fallar. Es parte del camino. Nadie nace sabiendo amar, crear, emprender, decidir, sostenerse. Nadie aprende sin tropezar. No se puede dominar nada sin haberlo hecho mal muchas veces.
Y si lo miras desde otro ángulo, fallar es un privilegio: significa que lo intentaste.
Que tuviste el coraje de moverte hacia algo que deseabas.
Que te arriesgaste a vivir.

Hay algo casi espiritual en aceptar que equivocarse también es avanzar. Pedirle a la vida que te enseñe a fallar no desde la vergüenza, sino desde la libertad. Decir: “estoy lista”. Lista para aprender, para intentar de nuevo, para crecer. Lista para volver a elegir aunque duela, aunque cueste, aunque no salga perfecto.
Porque el miedo no desaparece antes de la acción; desaparece dentro de ella.
Decidir incluso con miedo es un acto de honestidad contigo. Es decirte:
Mi deseo pesa más que mi temor.
Y ese es el verdadero movimiento que transforma.
No esperes a sentirte preparada. La preparación llega en el proceso, en el intento, en la repetición. En fallar tantas veces que un día ya no duela —o duela menos—, porque has entendido que no dice nada malo sobre ti. Solo habla de tu valentía.
Haz lo que tengas que hacer:
Hazlo con aplausos o en silencio.
Hazlo con gracia o con torpeza.
Hazlo riendo o llorando.
Hazlo desde el amor o desde la vulnerabilidad.
Hazlo con nervios, con hambre, con paz o con dudas.
Pero hazlo.

Porque vivir es escoger.
Y escoger requiere coraje.
La vida no le pertenece a quienes nunca fallan, sino a quienes se atreven a caminar incluso cuando no ven el camino completo. A quienes se equivocan, se sacuden el polvo y lo intentan otra vez. A quienes comprenden que equivocarse no los hace menos capaces, sino más sabios.
Así que si hoy tienes miedo… bienvenida.
Ese miedo solo significa que estás viva, que estás por cruzar una puerta.
Camina.
Hazlo aunque no sepas cómo va a terminar.
Hazlo aunque tiembles.
Hazlo aunque nadie entienda.
Puede que te equivoques.
Pero puede también que encuentres justo ahí —en lo imperfecto, lo humano, lo impredecible—
lo que llevas años buscando.